UN CUENTO PARA PENSAR
Por desgracia vivimos en una sociedad donde los prejuicios todavía pesan mucho y a menudo, sin pretender, afloran actitudes más o menos racistas que crean líos y comportamientos equivocados. ¿Cuántas personas a primera vista y por razones de raza, vestimenta, costumbres… generan una cierta desconfianza? Relacionado con este tema, quiero contaros un pequeño cuento que, por el mensaje que envía, estoy seguro que te hará pensar:
Una señora entra a un restaurante, coge un vaso y le pide al camarero que lo llene de caldo. Paga y se sienta en una de las muchas mesas del local. Acababa de sentarse cuando se dio cuenta de que se había dejado un panecillo. A continuación se levanta, va a la barra a recoger el panecillo y vuelve a su sitio. ¡Qué sorpresa! Ante su tazón de caldo se encuentra sin inmutarse lo más mínimo un hombre de color, ¡»un negro!» que está comiendo tranquilamento. -¡Esto es demasiado!, piensa la señora, -pero no me dejaré robar de ninguna de las maneras. Dicho y hecho. Se sienta junto al «negro» y parte el pan en trocitos. Los coloca en el vaso y empieza a comer. Aquel hombre, complaciente con la señora, sonríe; así, totalmente en silencio, toman una cucharada cada uno hasta acabarse el caldo. A continuación, el hombre se levanta, se acerca a la barra y vuelve después con un abundante plato de espaguetis y dos tenedores, comen los dos del mismo plato con absoluto silencio. Al terminar, el hombre levanta diciéndole a la señora «hasta la vista», reflejando una inmensa sonrisa en los ojos. Aquel hombre se fue satisfecho consciente por haber realizado una muy buena acción. La señora lo sigue con la mirada como marcha y ella también decide levantarse; pero, ¡qué sorpresa!, búsca con la mano el bolso que había colgado en el respaldo de la silla…. pero ¡había desaparecido! ¡Le había robado el «negro»! Iba a llamar ¡»al ladrón, al ladrón!» cuando, mirando a su alrededor, ve su bolso colgado en una silla dos mesas más atrás de donde estaba ella y, sobre la mesa, un vaso de caldo ya frío. ¿La señora se había equivocado de mesa? Sí, pero sobre todo se había equivocado de comportamiento.
El resultado del lío no puede ser más contundente: La señora fue víctima de sus prejuicios. No vio la mesa correcta; sólo vio un «negro» robándole su comida. Y, aquel hombre, el ladrón a los ojos de la señora, entendió que aquella buena mujer tenía hambre y le permitió compartir su caldo y, más aún, un abundante plato de espaguetis. El hombre se fue alegre y satisfecho por su buena obra; y aquella señora, consciente de su error, se marchó con la cabeza baja, avergonzada de su actitud.
«Los prejuicios son hijos de la ignorancia», dijo el escritor William Hazlitt, y muchas veces nos provocan actitudes contradictorias. Por un lado, tenemos una cierta conciencia de que «las apariencias engañan»; pero por el otro lado, solemos decir: «Vigilemos la bolsa y la cartera, hay gente extraña rondando por aquí».
Termino con unas palabras de la escritora canadiense Margaret Atwood: «Espero que las personas algún día se darán cuenta que sólo hay una raza en el mundo: la raza humana de la que todos forman parte». La cultura será, sin ninguna duda, la herramienta más efectiva que permitirá superar prejuicios en un futuro más o menos inmediato. «Espavilem-nos»