¿’TENER AUTORIDAD O SER’ LA AUTORIDAD A LA HORA DE EDUCAR?
Este es uno de los grandes retos que se nos presenta actualmente a los que, en algún momento u otro, desarrollamos la función de educar: ¿cómo ejercer la autoridad, desde el tener o desde el ser? Y es que, bien mirado, ¿qué adulto o adulta no se le ha presentado nunca la ocasión de asumir el papel de educador? Cuando tenemos un niño cerca, lo queramos o no, estamos cumpliendo la función de educadores. De hecho, vale más que asumimos esta función consciente y preguntándonos qué tipo de autoridad queremos ejercer.
TENER autoridad lleva a pensar, inevitablemente, en un tipo de autoridad que se ejerce hacia alguien. Tener autoridad significa utilizar medidas de autoridad, y dentro de este grupo también se comprenden las medidas represivas y opresivas. Tener autoridad implica demostrar que se tiene, y sólo se puede demostrar cuando hay alguien a quien se le pueda demostrar. ¿Con qué finalidad se pretende tener y ejercer esta autoridad? En la educación, la finalidad es la de obtener algo: conseguir que el niño se comporte de una determinada forma, que sea de una determinada manera, que haga lo que el que tiene la autoridad quiere. Inevitablemente, la tenencia de autoridad establece jerarquías: yo tengo la autoridad, tú no la tienes y por lo tanto me has de obedecer. Se tiene y ejerce autoridad cuando se quiere disciplinar al niño con medidas externas a él mismo, cuando se quiere amoldarse según los propios deseos del educador.
SER la autoridad hace pensar en una característica inherente a la persona: no debe hacer nada para ejercer esta autoridad, porque ya lo es. La persona que es autoridad tiene ciertos valores interiorizados que guían su forma de ser y de relacionarse, esta persona no debe utilizar medidas externas para que sus actos sean totalmente coherentes con esta autoridad que él o ella es.
Este tipo de autoridad que hace referencia a la globalidad de la persona, nos hace pensar en aquellos maestros sabios que, sin tener que emplear medidas para obtener algo o para disciplinar, son respetados y autoritarios por sí mismos. Se hacen respetar porque, a pesar de tener un criterio y discernimiento propios, no imponen nada de manera autoritaria. Sencillamente, son un modelo a seguir, esa es la clave de su autoridad inherente.
Otra diferencia fundamental entre estas dos formas de autoridad es la de la libertad: el hecho de ejercer la autoridad puede suponer el recorte de la libertad del niño que recibe pasivamente. Puede comportarse ‘disciplinadamente’, pero no será una disciplina surgida del interior, sino impuesta desde el exterior.
Cuando se es la autoridad, el niño que está siendo educado participa de este modelado activo y su libertad no está condicionada. Este niño aprende modelos de conducta, de sentir, de actuar… de ser, que le permiten desarrollar una disciplina interior basada en la libertad. Aprende disciplina sin tener que sacrificar una parte de sí mismo.
La pedagoga María Montessori explica de forma muy clara la cuestión de la disciplina en los niños cuando afirma que: «no consideramos disciplinado al individuo que, por medios artificiales, se vuelve silencioso (…). Decimos que es disciplinado el individuo que ha adquirido dominio sobre sí mismo y que por tanto, puede regular su propia conducta cuando es necesario acatar alguna regla básica de la existencia”