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La creciente desigualdad social que se palpa cada día es a mí entender la principal causa de indignación. A un gran colectivo de personas les cuesta salir adelante; se ven obligadas a hacer un gran esfuerzo para llegar a fin de mes y cumplir dignamente con sus necesidades. Los datos son muy gráficos: El cuarenta por ciento de la gente que tiene trabajo es mileurista y otro tanto por ciento muy elevado está en paro, por lo que las posibilidades económicas pueden resultar muy precarias para una mayoría amplia de la población.

En el otro extremo encontramos un gran colectivo de personas muy bien situadas socialmente y también económicamente, forman parte de los grupos de poder político, económico, etc. Su situación privilegiada les permite tener la «sartén por el mango» en todos los sentidos. En este colectivo no abundan los mileuristas, todo lo contrario, nuestros políticos, por ejemplo, cobran remuneraciones que son muy difíciles de entender y que me atrevo a definir como exageradas, pero eso no es todo, aparte del sueldo tienen un montón de privilegios que entrar en detalle nos puede indignar aún más.

Estas diferencias están pasando en nuestro país, un país que llamamos «democrático». Pero, ¿Que es la Democracia? La Democracia es un régimen político que se caracteriza por el consenso del pueblo. La designación de los gobernantes sólo puede venir por la decisión mayoritaria de los gobernados. El poder está repartir y controlado.

La democracia reconoce a todas las personas una igualdad esencial de oportunidades.

Las teorías de la democracia, sin embargo, no resuelven este desenfreno de ingresos. No garantizan un salario digno. No evitan situaciones de corrupción ni de tráficos de influencias. Todas estas situaciones anómalas que pudriendo las raíces del sistema y que la sociedad soportando de forma estoica, provocan indignación. Según Montesquieu, pensador político francés (1689-1755), «la Democracia debe resguardarse de dos excesos: el espíritu de desigualdad, que puede llevar a la aristocracia, y el espíritu de igualdad extrema que la puede llevar al despotismo”.

Ya era hora que alguien pusiera de moda la palabra «Indignado». Ya es hora de que alguien hiciera el esfuerzo de decir basta. Es mucho mejor eso que la indiferencia que parecía plenamente alcanzada. Indignarse forma parte del oficio de vivir, nos da nuevos alicientes para salir adelante y al mismo tiempo puede condicionar los poderes (políticos, económicos, etc.) a entrar en detalle y ser más rigurosos en su labor, que todo sea dicho buena falta les hace.

Estamos acostumbrados a no decir nada y aceptarlo todo. Debemos aprender de los indignados a ser críticos. Debemos hacer el esfuerzo de indignarnos por lo que se pueda mejorar. Espabilado

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