LA HIPOTECA O LA VIDA
Un hombre de 56 años fue encontrado colgado de madrugada en las rejas de un portal, muy cerca de la vivienda del que había sido desahuciado diez días antes. El hombre estaba en el paro y no podía pagar las cuotas de la hipoteca”. Leo la noticia en un rincón del diario como un hecho poco relevante que no merece grandes titulares; por desgracia en nuestra casa este tipo de noticias se dan con demasiada frecuencia. Las problemáticas económicas generadas por esta crisis que no acaba nunca coloca a muchas personas entre la espada y la pared y, para algunos, esta pared es la propia vida.
Imagino este buen hombre aquellos años no lejanos que las corrientes del consumismo empujaban; aquellos años que el Presidente del Estado se vanagloriaba diciendo a menudo: «España va bien». Eran años en que los bancos y cajas nos animaban a hipotecarnos para comprar un pisito y a menudo aceptábamos todas sus condiciones sin ser plenamente conscientes. Nos inculcaron que el progreso y bienestar consistía en comprar, comprar y comprar y desgraciadamente este juego fue seguido por una amplia mayoría.
El ansia por disfrutar de la propiedad de una vivienda convertía en ilusión de todos los esfuerzos que ello representaba. Parecía que todo estaba garantizado; el trabajo no podía fallar de ninguna manera y por tanto el pago de las cuotas de la hipoteca, por elevadas que fueran, tampoco. Si. «España iba bien» sobre todo para la Administración, que veía llenar sus arcas por los impuestos que este revuelo generaba, y por las entidades financieras y especuladores, que ampliaban constantemente los beneficios, pero la satisfacción duró poco, de repente todo se volteó y el trabajo se fue a pique, y este buen hombre no pudo hacer frente a los compromisos adquiridos y se convirtió automáticamente en víctima de todo el sistema: Primero fue víctima de las maniobras especulativas que le llevaron a comprar una vivienda, un bien de primera necesidad, a un precio muy por encima de las posibilidades. Después, cuando el hombre ya se encontraba con el agua hasta el cuello, se topó con la intransigencia de su entidad bancaria con toda la metralla de los compromisos supuestamente adquiridos, y finalmente fue víctima de su impotencia ante un sistema judicial que, sin muchos miramientos, lo declaró culpable: Perdió su vivienda y las ilusiones que representaba, y por si fuego poco, lo condenaron a vivir sin trabajo y esclavo de su banco. El honor de una persona está muy por encima de las leyes y las condenas de un juez; este hombre prefirió renunciar a su vida que vivirla injustamente.
El desbarajuste que estamos viviendo es consecuencia directa de una sociedad que un día perdió el norte de los valores más elementales y que por desgracia aún no ha hecho el esfuerzo de recuperarlos. “Espavila’t”.