InicioArtículos¿Se ha perdido el valor de la palabra?

Creo que no me equivoco si afirmo que en los tiempos que corren, la credibilidad de los compromisos como consecuencia de la «palabra dada» por una persona y la confianza que nos puede merecer son valores que están muy a la baja. No cumplir la palabra es frecuente y se da en todos los grupos sociales, independientemente de su nivel cultural; no hace mucho viví un caso bien representativo: Vicenç, de manera voluntaria y con plena predisposición, me dio su palabra de participar activamente en una tarea solidaria. El acuerdo se firmó con un apretón de manos; una actitud que a mi entender aseguraba la credibilidad máxima de ese compromiso. Pero, ¿qué pasó después?: Pues; mientras iban pasando los días, nada de nada. Vicenç se olvidó de la palabra dada y de todos los compromisos y, para justificarse, planteó un montón de excusas: exceso de trabajo, asuntos de alto nivel que reclamaban su atención…; sin darse cuenta que el compromiso de la palabra no quiere justificaciones, sólo pide su cumplimiento. Las excusas más o menos creíbles son las herramientas idóneas para aquellas personas que no dan importancia al rigor que representa el compromiso de la palabra.

Desde siempre se ha considerado que uno de los rasgos que sirven para distinguir una persona de fiar de una que no lo es, por decirlo de alguna manera, es su fidelidad a la palabra. A lo largo de los tiempos ha sido fundamental cumplir con los compromisos verbales para el correcto funcionamiento de la sociedad. En realidad, sin ir más lejos, en la época de nuestros abuelos era impensable no respetar un pacto verbal. El apretón de manos era irrevocable y ponía en juego la credibilidad y la consideración social y humana de las personas; «Hacían una cuestión de honor». De jovencito, alguien que me quería bien, un día me dijo: «No te comprometas a nada que no puedas hacer porque no serás considerado un hombre de palabra». «Si has dado tu palabra, tienes que hacerlo sea como sea». Desgraciadamente, en la actualidad, todo esto puede sonar reliquias del pasado; pero por suerte aún podemos encontrar personas que creen en estos valores.

No sólo cotiza a la baja la «palabra dada»; la «palabra emitida» también se encuentra en un estado de pura desintegración. Los poderes políticos, económicos, religiosos… están llenos de «charlatanes» que no se creen nada de lo que dicen; pero hablan y hablan sin dar ninguna importancia a la trascendencia de sus palabras ni las consecuencias que se pueden derivar. Lo hacen aprovechándose de una sociedad de muy baja calidad democrática y con el fin de aferrarse al poder. Algunos medios de comunicación al servicio de estos grupos de poder han introducido algo más escandaloso: la «palabra prostituida»; es decir, la que usan supuestos periodistas y tertulianos que cobran dinero para decir «auténticas sandeces». En este sentido, 13 TV la cadena de televisión de los obispos es un buen ejemplo.

El esfuerzo y el compromiso para dar rigor a la palabra son valores absolutamente necesarios tanto si hablamos de una España borbónica, republicana o de la Cataluña independiente. Debemos recuperar el valor de la palabra; debemos hacerlo como sea. Espavila’t.

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