InicioArtículosLAS “RESIDENCIAS DE LA TERCERA EDAD” SON APARCAMIENTOS?

Siempre he pensado que los aparcamientos de coches y las llamadas «residencias de la tercera edad» tienen muchas similitudes. Los aparcamientos tienen plazas para estar ocupadas, circulaciones perfectamente señalizadas, un horario establecido y una caja para pagar. Allí hay personal que hace tareas de mantenimiento y algunos aparcamientos disponen de servicios complementarios: Limpieza, abrillantado, revisiones obligatorias, cambio de aceite, etc.

Los aparcamientos son un lugar ideal para poner los coches cuánto no sabemos qué hacer, cuándo no caven en casa y evidentemente no los queremos dejar en la calle. Hasta aquí veo muchas similitudes; sin embargo, hay una gran diferencia: En los aparcamientos sólo hay coches. Muy bonitos y caros algunos, pero coches. En cambio, en las «residencias de la tercera edad» las plazas son ocupadas por personas. Personas mayores y no tan mayores, pero personas que tienen todo los derechos a ser libres como cualquier ser humano.

Hace un tiempo tuve ocasión de conocer una de estas residencias por dentro. Os explicaré: La Sra. María, era una persona encantadora, decía que le habían llevado a la residencia porque una vez se cayó. Estaba siempre pendiente de sus hijos y hablaba muy bien: «Son guapos y se ganan bien la vida», decía; aunque la iban a ver muy de vez en cuando. Una vez la vi con dos de sus hijos y las respectivas parejas. La Sra. María hacía cara de contenta pero el encuentro duró poco, tenían tarde; y la conversación, al margen de la madre y de sus problemas, se centró en las rebajas del Corte Inglés. Lo vi todo muy claro. Los hijos de la Sra. María no podían hacer el esfuerzo de no dedicarle ni siquiera media hora de su tiempo. La «residencia» era el aparcamiento perfecto para aquella buena señora.

Carme era una señora sin hijos y muy crítica con todo. Una tarde que tenía ganas de compañía charló por los descosidos; me habló de los empleados, de la comida, de las manías de los otros y de muchas cosas más; pero, «lo que he dicho, no lo digas a nadie porque me podrían coger manía», me recalcó. A pocos metros de donde estábamos una empleada de la residencia se dedicaba a entretener a algunos abuelos, lo hacía de forma poco adecuada y con maneras muy infantiles. La Sra. Carme lo observó y me comentó: «Mira nos tratan como si tuviéramos tres años. Se piensan que los chiquillos y los viejos somos una misma cosa”. Estaba claro que aquella empleada, por desconocimiento o por desinterés, no hacía el esfuerzo de tratar a aquellas personas como realmente merecían.

Tomás era un pozo de sabiduría, hablaba inglés perfectamente; sin embargo, tuvo un conflicto: Se enamoró de la Francesca, una señora muy guapa, y se ve que les pillaron bastante acaramelados. Madre de Dios qué problema. Las estrictas normas de la residencia impedían un ataque a la orden tan directo. Los hijos de Tomás y la Francesca también pusieron el grito en el cielo. Aquel par de abuelos estaban equivocados en opinión de todos. El resultado final fue la expulsión del Sr. Tomás de la residencia por desorden y escándalo. Nadie hizo el esfuerzo de entender que aquellos abuelos también podían tener ilusiones como cualquier persona. También podían ser libres.

Una «residencia de la tercera edad» no es un aparcamiento. Hacer el esfuerzo de entenderlo así. Espavila’t.

Los comentarios están cerrados.